¿Y si no estás comprando un batido, ni una hamburguesa, ni un pintalabios, sino un pedazo de algoritmo disfrazado de consumo?
Spoiler alert: esta no es la típica moda pasajera tipo “bubble tea con glitter” o “terapia con cuencos tibetanos para perros”. No. Esto es serio. Esto es profundo. Esto es Maslow friendly. Y, si tienes un hotel rural o un restaurante con alma vegetal, esto también es para ti.
¿Y si el mayor freno al nuevo talento gastronómico fuera precisamente quien más presume de haberlo impulsado? En este artículo pongo sobre la mesa una reflexión incómoda (y muy necesaria) sobre el techo de cristal que impide brillar a la nueva generación de cocineros. Spoiler: no es el pasado el problema, es el culto eterno al pasado.
Durante años repetimos este mantra sin pensar en sus consecuencias. ¿Y si el cliente no siempre tuviera razón? Este artículo no va de quejas, va de dignidad. Porque si priorizar al cliente supone pisotear al equipo… algo está mal diseñado. Atención: lo que vas a leer puede doler. Y mucho.
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