Turismo y democracia: por qué el turismo no se vota, se diseña

Turismo y democracia: por qué el turismo no se vota, se diseña

October 24, 20259 min read

Hay algo profundamente simbólico en el hecho de “consultar” a la ciudadanía sobre el modelo turístico de un destino. A primera vista, suena democrático, participativo, incluso romántico. Suena a devolver la voz al pueblo, a poner el futuro en manos de quienes viven el territorio, lo sufren y lo disfrutan. Pero el turismo no es un capricho ni una moda local: es una actividad económica compleja, transversal, que sostiene empleos, dinamiza sectores, y tiene efectos profundos sobre el territorio, la vivienda, la movilidad, el tejido social y el alma de un lugar.

Por eso, cuando hablamos de definir un modelo turístico, no estamos hablando de decidir si nos gusta más un tipo de visitante que otro, ni si queremos menos coches o más bicicletas. Estamos hablando de diseñar un modelo económico de destino, con impactos de largo plazo. Y los modelos económicos no se votan: se diseñan con conocimiento, con visión y con responsabilidad.

El turismo como modelo económico, no como estado de ánimo

Durante demasiado tiempo, hemos hablado del turismo como si fuera una experiencia emocional o una cuestión estética: “más tranquilo”, “más sostenible”, “más familiar”, “más exclusivo”. Pero detrás de cada una de esas etiquetas hay una arquitectura económica, social y territorial que debe sostenerse en el tiempo.

El turismo no es solo el hotel ni la playa ni la gastronomía. Es el conjunto de sistemas interconectados que permiten que un destino funcione:

  • La comunidad anfitriona, que lo habita y le da carácter.

  • Los visitantes, que lo eligen, lo financian y lo reinterpretan.

  • Los gobiernos y administraciones, que lo regulan y proyectan.

  • Las empresas y profesionales del sector, que lo operan y transforman.

  • Los inversores, que apuestan por su desarrollo.

  • Los trabajadores, que lo hacen posible.

  • Los ecosistemas naturales y urbanos, que lo sostienen.

  • Y la marca del destino, que lo narra al mundo.

Cada uno de estos actores es un engranaje. Y si uno se mueve sin tener en cuenta al resto, el sistema se desajusta.

La ilusión de la consulta: cuando la democracia no basta

Las consultas populares en materia de turismo surgen, muchas veces, de un hartazgo legítimo: vecinos que sienten que su entorno se ha transformado, que los precios se disparan, que el turismo se ha vuelto invasivo. Su reacción es humana: “preguntadnos”. Y es lógico que quieran participar. Pero una cosa es escuchar la voz ciudadana y otra muy distinta es cederle la dirección estratégica de un modelo económico.

Porque la mayoría no siempre tiene razón, sobre todo cuando la mayoría carece de contexto, información o visión sistémica.
Y porque la experiencia individual, aunque valiosa, no sustituye al análisis técnico.

La economía del turismo es una ecuación de equilibrios: lo social, lo ambiental, lo económico y lo cultural. Cada decisión sobre licencias, movilidad, promoción, fiscalidad o uso del suelo tiene efectos cruzados que un ciudadano —por muy informado que esté— no puede calcular sin apoyo experto.

Votar sobre el turismo puede parecer un ejercicio democrático, pero es también un riesgo de populismo económico. El “me molesta el turismo” puede convertirse fácilmente en un “que no venga nadie”, y de ahí al colapso de un sector que da empleo, ingresos fiscales y desarrollo a toda una región.

Cien opiniones no hacen un modelo

La idea de que “cien opiniones valen más que una” suena bien en un eslogan. Pero si las cien opiniones están basadas en percepciones, emociones o intereses individuales, su suma no genera conocimiento, sino ruido.
Cien opiniones no hacen un modelo.

El conocimiento técnico, en cambio, no elimina la voz de la comunidad: la contextualiza, la traduce en decisiones con sentido.
Por eso, las consultas populares, si no se enmarcan dentro de un proceso técnico, pueden ser el equivalente económico a una tormenta de tweets: mucho ruido, poca estrategia.

Los sesgos del local y los sesgos del técnico

Ambos modelos —el de la decisión popular y el del equipo técnico— tienen ventajas y trampas.

Los pros y contras de dejar decidir a la comunidad anfitriona

Pros:

  • Aporta legitimidad democrática y sentido de pertenencia.

  • Permite que el modelo turístico refleje los valores culturales y sociales del territorio.

  • Da visibilidad a los impactos reales del turismo en la vida cotidiana.

  • Puede generar mayor aceptación social del modelo final.

Contras:

  • Suele estar condicionado por sesgos personales y emocionales (el ruido, el tráfico, los precios).

  • Tiende a priorizar el corto plazo sobre la visión estratégica.

  • Puede caer en el síndrome NIMBY (“Not In My Backyard”): queremos desarrollo, pero no aquí.

  • Falta de comprensión sobre los efectos intersectoriales del turismo (empleo, fiscalidad, servicios públicos).

  • Riesgo de populismo económico: decisiones basadas en percepciones, no en datos.

Los pros y contras de dejar decidir a un equipo técnico

Pros:

  • Permite diseñar el modelo desde una visión integral y sistémica.

  • Facilita la incorporación de datos, análisis y prospectiva.

  • Puede equilibrar los intereses de todos los stakeholders.

  • Aporta estabilidad, coherencia y planificación a largo plazo.

  • Reduce la improvisación y la politización del debate.

Contras:

  • Riesgo de desconexión emocional con la comunidad local.

  • Puede percibirse como una imposición tecnocrática.

  • Si no hay transparencia, genera desconfianza o rechazo social.

  • Requiere una comunicación constante y pedagógica con el territorio.

El error está en creer que hay que elegir uno u otro. El futuro de los destinos se juega en el punto medio: un modelo híbrido que combine la sabiduría vivida de la comunidad con la sabiduría aprendida del conocimiento técnico.

Eva Ballarin HORECAlity Newsletter

El modelo híbrido: diseñar con cabeza, decidir con alma

Los destinos que funcionan mejor —los que crecen sin romperse, los que evolucionan sin perder identidad— tienen algo en común: no improvisan su modelo turístico. Lo diseñan con método.
Escuchan, analizan, debaten y deciden.

Un modelo híbrido de gobernanza turística debería incluir tres niveles:

  1. Nivel ciudadano: escuchar y medir la percepción social. No para que vote el modelo, sino para entender qué siente y qué necesita la comunidad.

    • Herramientas: encuestas, focus groups, foros participativos, observatorios de convivencia.

    • Objetivo: captar la temperatura social, no dictar políticas.

  2. Nivel técnico: diseñar escenarios, modelar impactos, analizar datos y definir estrategias.

    • Herramientas: estudios de capacidad de carga, análisis de movilidad, fiscalidad, medio ambiente, prospectiva de mercado.

    • Objetivo: garantizar la sostenibilidad y el equilibrio económico-social.

  3. Nivel político: decidir, comunicar y ejecutar el modelo.

    • Herramientas: planificación normativa, inversión pública, coordinación interinstitucional.

    • Objetivo: transformar el conocimiento técnico y social en acción.

En este modelo, cada nivel tiene voz, pero no todos tienen el mismo peso. La comunidad informa; los técnicos diseñan; los políticos deciden.
Así se evita que una emoción colectiva del momento determine el futuro económico de una generación.

Quiénes deben estar en ese equipo técnico

Un modelo turístico no se define solo con hoteleros y promotores. Requiere una mirada transversal, interdisciplinaria. Si el turismo es un sistema complejo, su diseño necesita cerebros diversos.

Un equipo técnico ideal incluiría, como mínimo:

  • Economistas: para modelar los flujos de inversión, empleo, fiscalidad y PIB turístico.

  • Sociólogos: para analizar el impacto del turismo en la convivencia, la identidad y la estructura social.

  • Urbanistas y arquitectos: para definir usos del suelo, densidades, espacios públicos y vivienda.

  • Expertos en movilidad: para planificar accesos, transporte público, emisiones y sostenibilidad del tráfico.

  • Ambientalistas: para medir capacidad de carga, gestión del agua, residuos, energía y biodiversidad.

  • Antropólogos y expertos en cultura local: para proteger el patrimonio material e inmaterial del destino.

  • Comunicadores estratégicos: para construir un relato coherente y responsable del destino.

  • Empresarios y operadores turísticos: para aportar realismo operativo y conocimiento del mercado.

  • Expertos en datos e inteligencia artificial: para traducir información en decisiones predictivas.

Cada uno de ellos tiene un área de influencia:

  • Los economistas proyectan la sostenibilidad financiera.

  • Los sociólogos evalúan el bienestar de la comunidad.

  • Los urbanistas marcan límites físicos y funcionales.

  • Los ambientalistas definen los umbrales ecológicos.

  • Los empresarios garantizan la viabilidad.

  • Los comunicadores alinean narrativa y propósito.

El resultado de ese trabajo técnico no debería ser un documento cerrado, sino un contrato social de destino: un marco de principios y objetivos que todos entiendan, respeten y defiendan.

De la emoción al modelo

El turismo es una actividad que despierta emociones: orgullo, rechazo, ilusión, nostalgia. Pero un modelo turístico no puede construirse desde la emoción, sino desde la evidencia.
Y la evidencia se construye con datos, análisis y visión de futuro.

Escuchar a la comunidad es vital. Pero escuchar no es obedecer: es comprender para decidir mejor.
De lo contrario, corremos el riesgo de tomar decisiones reactivas, no estratégicas.

Un destino que decide su futuro turístico en función del ruido del momento está hipotecando su futuro económico.
El reto es pasar del “me gusta o no me gusta” al “esto funciona o no funciona”.

El equilibrio que da sentido

Los destinos turísticos del futuro no serán los más bonitos ni los más de moda: serán los mejor diseñados.
Los que sepan encontrar el punto exacto entre prosperidad y preservación, entre apertura y control, entre economía y bienestar.

Un modelo turístico sólido no es un ejercicio de estética urbana ni de marketing de destino: es una estrategia de supervivencia económica y cultural.
Y eso exige una gobernanza valiente, técnica y empática.

Un turismo que se diseña, no que se improvisa

Diseñar un modelo turístico es un acto de ingeniería social y económica. Es proyectar cómo queremos que sea nuestra vida —y la de quienes nos visitan— dentro de diez, veinte o treinta años.
No se trata de tener más turistas o menos turistas, sino de tener un turismo que tenga sentido.

El turismo bien diseñado es el que redistribuye la riqueza, protege el entorno, inspira orgullo local y atrae al visitante adecuado.
El turismo mal diseñado es el que destruye el equilibrio, expulsa a los residentes y vacía el alma del destino.

Por eso, el turismo no puede decidirse con un “sí” o un “no”.
Ni en una urna, ni en una red social.

Decidir el futuro del turismo es decidir el futuro del destino

Cuando un territorio decide su modelo turístico, en realidad está decidiendo mucho más:

  • Cómo quiere vivir su gente.

  • Qué tipo de empleo va a generar.

  • Qué huella va a dejar en su entorno natural.

  • Qué historia va a contar al mundo.

Y esas decisiones no pueden tomarse desde el miedo, ni desde el agotamiento, ni desde la nostalgia. Deben tomarse desde la visión, el conocimiento y el amor al territorio.

Porque amar un destino no es cerrarle las puertas: es diseñarle un futuro digno.

Epílogo: el diseño es la nueva democracia

La democracia del siglo XXI no consiste en votar cada emoción, sino en construir colectivamente decisiones inteligentes.
El turismo —ese fenómeno que refleja quiénes somos y cómo vivimos— necesita menos pulsos y más propósito.

Escuchar es necesario. Consultar, útil.
Pero decidir sin conocimiento es irresponsable.
Y diseñar sin alma, estéril.

El turismo no se vota: se diseña.
Con método, con sensibilidad y con visión.
Porque solo así lograremos que el viaje de un visitante no sea una amenaza, sino una oportunidad.
Y que el viaje de un destino no sea una deriva, sino un proyecto compartido.

Eva

Eva Ballarin HORECAlity Newsletter

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