¿Y si el mayor freno al nuevo talento gastronómico fuera precisamente quien más presume de haberlo impulsado? En este artículo pongo sobre la mesa una reflexión incómoda (y muy necesaria) sobre el techo de cristal que impide brillar a la nueva generación de cocineros. Spoiler: no es el pasado el problema, es el culto eterno al pasado.

El techo de cristal huele a reducción de viejas glorias

July 30, 20254 min read

No sé si en otros lugares pasa igual, pero en Barcelona, donde paso media vida (la otra media la vivo con sal en la piel y brisa de mar en Ibiza), hay algo que me tiene ojiplática.

Me refiero al fenómeno de la nostalgia institucionalizada en la gastronomía. Esa especie de rezo continuo a figuras que, aunque en su día marcaron historia, hoy ocupan tanto espacio en los relatos que apenas cabe el talento nuevo.

Lo digo con todo el cariño... y con toda la frustración.

No hay semana en la que no aparezca algún artículo de esos que pretenden ser “actualidad” y acaban siendo una repetición de lo mismo: los mismos apellidos, las mismas anécdotas, las mismas fotos en blanco y negro de cucharas elevadas al cielo como si fueran reliquias.

El problema no es recordar.

El problema es que se sigue hablando de ellos como si nada más hubiera sucedido desde entonces. Y sí, suceden cosas. Vaya si suceden.

Hay una nueva generación de cocineros y cocineras que no solo tienen ideas frescas, sino que entienden la cocina como un acto de comunidad, de sostenibilidad real, de creatividad sin espectáculo. Que no necesitan salir en todas las portadas porque están en los barrios, en los pueblos, en locales donde pasan cosas preciosas. Pero claro, ¿quién se entera, si cada entrevista acaba con un "cuando estuve con... ya sabes quién"?

El techo de cristal del que hablo no tiene que ver con el género, sino con el peso invisible del relato dominante.

Ese relato que dice que

la innovación ya se hizo,

que lo importante ya pasó,

que la vanguardia ya se escribió,

y que ahora solo toca rendir culto.

Cómo no va a costar emerger, si cada centímetro de visibilidad está ocupado por ecos del pasado?

Y es curioso, porque en otros sectores creativos esto no pasa tanto. La moda abraza lo nuevo cada temporada. La música se reinventa en TikTok antes de que te dé tiempo a poner la radio. ¿Y la gastronomía? Demasaidas veces me parece anclada a una reverencia eterna. Como si cuestionar la narrativa fuera un sacrilegio. Como si decir “ya está bien de mirar atrás” fuera un insulto y no un gesto de amor al presente.

No se trata de negar lo que fue.

Se trata de abrir espacio para lo que es.

De reconocer que hay una generación entera de talentos que no está pidiendo permiso, pero tampoco encuentra puertas abiertas.

Porque la puerta está ocupada por la sombra larguísima de los que ya fueron.

Porque el eco es tan fuerte que no se oyen nuevas voces.

Quizás ha llegado el momento de hacer algo que en cocina se hace muy bien: reducir. Reducir el espacio mediático de los tótems para dar paso a los vivos. Reducir el culto para aumentar la conversación real. Reducir el ego (uy, qué tema) para ampliar el mapa.

Y no es solo una cuestión de justicia para con los nuevos. Es una cuestión de futuro para el sector. Si solo miramos a quienes nos trajeron hasta aquí, ¿cómo vamos a avanzar? ¿Cómo vamos a descubrir la siguiente gran historia, la próxima gran técnica, el nuevo relato?

En Barcelona, con todo su bullicio creativo, esto se nota especialmente.

Es una ciudad que debería estar liderando la conversación gastronómica contemporánea, y sin embargo, muchas veces parece anclada en una sobremesa que no se acaba nunca. Ya hemos brindado, ya hemos aplaudido. Ahora toca fregar la copa, cambiar el mantel... y dejar que empiece otra comida.

Lo viejo no es el problema. El problema es lo único. Lo exclusivo. Lo excluyente. Y la única forma de romper ese techo de cristal es hablar alto, con hambre de presente.

Así que aquí va este artículo como martillo. Con respeto, sí. Pero también con decisión. Porque si la historia la escriben los que ganan, entonces que gane otra generación.


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